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Hernán Rivera Letelier recoge el Premio Alfaguara de Novela por El arte de la resurrección

18-05-2010

En 2005, Hernán Rivera Letelier viajó a Madrid para dar una conferencia en la Casa de América. Su estancia coincidió con la entrega del Premio Alfaguara a Graciela Montes y Ema Wolf por El turno del escriba y el novelista chileno acudió a la ceremonia. Cuando un compatriota suyo lo vio apoyado en una de las columnas de la sede de Santillana le preguntó qué hacía allí. "Reconociendo el terreno", fue su respuesta.

Cinco años después, aquella misión de reconocimiento ha dado sus frutos y ayer el escritor de Antofagasta recogió su Premio Alfaguara por El arte de la resurrección, la historia de Domingo Zárate Vega, el Cristo de Elqui, que en los años cuarenta del siglo pasado predicó la llegada del fin del mundo a lo largo del desierto chileno, esa "mortaja de sal" en la que Hernán Rivera Letelier vive desde que tenía tres meses.

Además de los 130.000 euros y de la escultura de Martín Chirino del galardón, Rivera se llevó ayer la edición digital de su novela dentro del lector de libros electrónicos que le entregó Ignacio Polanco, presidente del Grupo PRISA. El Alfaguara se convierte así en el primer premio literario que se publica en España en ese formato. Esa versión estará disponible para los lectores a finales de este mes dentro de la plataforma Libranda, impulsada por Santillana, Planeta y Random House Mondadori, y que se presentará en sociedad pocos días después, el 8 de junio, durante la Feria del Libro de Madrid.

Después de que Manuel Vicent, presidente del jurado, elogiara la capacidad sensorial de su estilo -"cada página es comestible, cada palabra se puede respirar y pasa a los pulmones, a la imaginación, al pensamiento"-, Hernán Rivera Letelier se dirigió al atril para improvisar un discurso que empezó con una confesión: "Tengo la rara sensación de ser un impostor, de que le estoy robando el puesto a alguien, de que en cualquier momento un ejecutivo de Alfaguara va a tocarme en el hombro, va a descubrirme y me va a mandar de un puntapié a mi país, a mi desierto".

El desierto de Atacama -"mi Comala, mi Macondo, mi Santa María", dijo en referencia a los territorios imaginarios creados por Rulfo, García Márquez y Onetti- ha marcado la obra de Hernán Rivera Letelier tanto como su vida. Nacido en Talca, en el sur de Chile, en julio de 1950, llegó siendo un bebé al inhóspito norte y allí consumió 30 años como obrero en las minas de salitre. Fue antes de que los alemanes inventaran el nitrato sintético y la pampa chilena se convirtiera en la tumba a cielo abierto de los casi 300 poblados mineros que la ocuparon un día. Hoy solo queda uno.

"Nosotros somos los tipos que no pueden ir a recorrer las calles de su infancia porque no existen", suele decir el autor de El arte de la resurrección. En uno de esos poblados fue donde el escritor oyó por primera vez el nombre del protagonista de su novela. "Venís más descachalandrao que el Cristo de Elqui", le dijo su madre una tarde en la que llegaba de matar lagartijas y perseguir remolinos de arena por el desierto. El personaje, al que el poeta Nicanor Parra dedicaría también dos libros de versos, se instaló en su vida para terminar instalándose en sus libros. Primero colonizó media página en La Reina Isabel cantaba rancheras, su primer libro -"una novela de prostitutas" publicada en 1994-, luego se sumó a un viaje en Los trenes se van al purgatorio y más tarde se hizo con varios capítulos en Mi nombre en Malarrosa. "Me dije: este Cristito quiere algo", recordó Rivera. El resultado es la novela -"el primer milagro del Cristo"- que le ha valido el Premio Alfaguara. "Nadie más en Chile podía escribir esta historia, y no porque yo sea el mejor -que tal vez lo sea-, sino porque llevaba en los genes el tono para contarla: mi padre era predicador y yo me crié con una Biblia bajo la almohada".

El Cristo que atraviesa ese particular quinto evangelio según Hernán Rivera Letelier que es El arte de la resurrección es una mezcla de Don Quijote y Sancho. Humanamente divino y divinamente humano, según la definición de su autor. "No sé muy bien qué significa eso, pero suena bonito ¿no?", dijo. Pero sí sabía qué significa: "Un Cristo humano como el que me gustaría haber encontrado en la Biblia, alguien con sentido del humor que se riera con las bromas de sus discípulos o que les dijera: 'Esperadme, que voy a mear detrás de esos arbustos".

En la novela se lee que el cristal mágico para ver "bonitas a las feas" y cuerdos a los locos tiene un nombre: dinero. Con él, un pobre pirado se convierte en "excéntrico" y una fea, en mujer de "bizarra belleza exótica". Desde ayer, Rivera Letelier tiene 130.000 razones en euros para que su cara de minero curtido sea el rostro de un escritor de pasado novelesco.

Fuente: EL PAÍS

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